domingo, 28 de septiembre de 2008

Así: Mundo 1, Yo 0


Por lo general desprecio la actitud que tienen las personas que se encuentran aturdidas por «el mundo», que tan poco los comprende y tantas desgracias les acarrea.
Como me gusta decir, siete mil millones de personas no pueden estar equivocadas. ¿No es más fácil, más prudente, más piola, más afectivamente económico suponer que es uno el que tiene el punto de vista inadecuado?
Siguiendo con la línea de Gibran, dejo otro texto del mismo libro. Pero no considero a Gibran un resentido, aunque se dirija a algún dios. Busca la solución al problema del mundo fuera del sistema de este mundo, pero expresa tan profundamente las cosas, que le concedo el beneficio de la duda. El mundo que pinta es muy similar al que veo yo, pero a mí me gusta buscarle otra vuelta...
«The Perfect World», recién transliterado al castellano-marianense.


Dios de las almas perdidas, Tú que estás perdido entre los dioses, escúchame;
Destino Gentil que velas por nosotros, locos, espíritus fugitivos, escúchame:
Habito en medio de una raza perfecta, yo, el más imperfecto.
Yo, un caos humano, una nebulosa de elementos confusos, transito entre mundos acabados, gentes de leyes cabales e impecable orden, cuyas creencias están contabilizadas, cuyos sueños están calculados, y cuyas visiones están ya anotadas y registradas.
Sus virtudes, oh Dios, están medidas, sus pecados están sopesados, e incluso las incontables cosas que ocurren en el oscuro crepúsculo de lo que no es pecado ni virtud están guardadas y catalogadas.
Sus días y noches están divididas en etapas de comportamiento y gobernadas por reglas de una exactitud impune:
Comer, beber, dormir, cubrir la propia desnudez, y hasta estar cansado en el momento indicado;
El trabajo, el juego, el canto, el baile, e incluso irse a dormir cuando el reloj indica la hora;
Pensar de cierto modo, sentir de determinada manera, para dejar de pensar y de sentir cuando una estrella se eleva sobre el horizonte;
Robar a un vecino con una sonrisa, el darse regalos con un simpático gesto, elogiar hábilmente, inculpar cautamente, destruir un alma con una sola palabra, calcinar un cuerpo con el aliento, y también lavarse las manos cuando el trabajo del día ha finalizado;
Amar de acuerdo a una regla estipulada, satisfacerse a sí mismos del modo acostumbrado, adorar a los dioses convenientemente, intrigar a los demonios arteramente… y después olvidarlo todo, como si la memoria hubiese muerto;
Tener afecto con algún motivo, observar con consideración, ser felices dulcemente , sufrir noblemente… y luego vaciar la copa que mañana nuevamente habrán de llenar.
Todas estas cosas, oh Dios, son concebidas con juicio, generadas con determinación, cuidadas con rigor, manejadas por normas, regidas por la razón, y asesinadas y sepultadas siguiendo un método prescrito. Hasta sus tumbas silenciosas, que yacen en el interior del alma humana, están rotuladas y numeradas.
Éste es un mundo perfecto, un mundo de excelencia intachable, un mundo de sublimes maravillas, el más exquisito de los frutos del jardín de Dios, el esquema perfecto del universo.
Pero ¿por qué debo estar aquí, oh Dios, yo, una semilla infértil de una pasión insatisfecha, una loca tormenta que no va hacia el oriente ni el occidente, un azorado despojo de un planeta arrasado?
¿Por qué estoy acá, oh Dios de las almas perdidas, Tú que estás perdido entre los dioses?



El muy impacientado siervo de vuestras reverencias

viernes, 26 de septiembre de 2008

Un poema para el otro

Uf, un texto de Jalil Gibran. ¿Queda algo de espacio en los oídos posmodernos para el loco Gibran? (Lo bueno de traducir un texto, es que es un crimen que es muy difícil de imputar; ésta es mi versión de «My Friend», de The Madman, publicado en 1918).


Amigo, yo no soy lo que parezco. Mi apariencia es un atavío que llevo, un abrigo que me protege de tus cuestionamientos, y a vos de mi negligencia.
El «yo» que hay en mí, mi amigo, mora en la casa del silencio, y allí permanecerá por siempre, inadvertido, inasequible.
No pretendo que creas en lo que digo, ni que te fíes de mis acciones, pero mis palabras no son nada sino tus propias ilusiones transformadas en voz, y mis acciones son tus esperanzas, hechas realidad.
Cuando decís: «El viento sopla hacia el este», digo: «Ah, sí, sopla hacia el este», porque no quiero que sepas que mi mente no está en el viento, sino en el medio del mar. No podés comprender mis pensamientos navegantes, ni me preocupa que los comprendas. Estoy en el mar, solo.
Cuando es de día para vos, mi amigo, es de noche para mí; incluso te hablo del sol del mediodía que danza por las colinas y de la sombra púrpura que se cuela furtivamente entre los valles, para que no puedas oír los sones de mi oscuridad, ni verme agitar mis alas hacia las estrellas. Pícaramente no dejo que puedas oírme ni verme. Estoy en la noche, solo.
Cuando ascendés a tu cielo, yo me bajo a mi infierno; desde allí tu voz atraviesa nuestro abismo invadeable, y me dice: “¡Mi par, mi camarada!”, y te respondo: “¡Mi par, mi camarada!” para que no puedas ver mi infierno. Las llamas abrasarían tu vista, y el humo te dañaría. Yo amo a mi infierno; tanto, que no te dejo visitarlo. Estoy en el infierno, solo.

Vos amás la Verdad, la Belleza, la Rectitud; y para darte el gusto digo lo mismo, y finjo amar esas cosas. En lo más íntimo de mi corazón, yo me río de esos valores tuyos. Pero no te dejo ver mi risa. Yo me río, solo.
Mi amigo, sos bueno, candoroso y sabio; ¡qué va! Sos perfecto. También yo te hablo sabiamente y candorosamente. Pasa que yo… yo estoy loco. Pero disfrazo mi locura. Estoy loco, solo.
Mi amigo, vos no sos mi amigo. Pero ¿cómo hacértelo entender? Mi camino no es el tuyo, pero vamos juntos, mano en mano…

El muy humilde amigo de vuestras reverencias

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Pandemia de autorreferencialidad

«Y según comienzo a coleccionar títulos contradictorios, tengo la impresión de que empiezo a conseguir algo. Porque, sea lo que yo sea, soy una contradicción». (Caleidoscopio. Autobiografía de un jesuita, Carlos García Vallés).

Se habla porque se tiene boca, se escribe porque se tienen dedos... ¡Ufanarse de ser contradictorio! ¡Es creerse que uno es capaz de decir algo!
Nada más hay voces capadas, porque no hay nada concreto del otro lado en lo que puedan hacer eco...
Quién tendría el látigo eficiente, para expulsar a los vendedores del templo de la comunicación...
El muy acibarino siervo de vuestras solas reverencias

Y todo por tener un Omega

Lugares comunes: «encuentro inesperado», «toparse inesperadamente», «mirada furtiva», «tragar saliva»... Un recurso no renovable que se esquilma como si lo fuera.
Con delay, un par de días después, me vino a la mente la mejor publicidad que recuerdo haber visto, hace como una década, en El show creativo de mi coterráneo Gujis -y que Youtube no ha tenido la generosidad de refrescarme esta vez-. Era de los relojes Seiko, sobre un hombre y una mujer, caminando en la multitud -ah, los que vivieron aunque sea un par de años con conciencia en los 80 me comprenderán-, en direcciones que los llevarían inexorablemente a chocarse, a mirarse, a conocerse, y a comenzar a considerar el resto del tiempo como un asunto de dos.
Y no, cuando convergieron en el punto fatídico... ni llegaron a rozarse, y siguieron de largo. Uno de los dos seguramente no usaría un Seiko, y por un segundo mal calibrado no fue lo que iba a ser.
¿Adónde quiero llegar? Como siempre, a ningún lado.
Para un rato de ocio, o de tribulaciones: «Cobardía» de Luis Durand y «El relojero» de Mamerto Menapace (¿Reminiscencias catolicosas? No, el cuento es muy lindo, pese a la analogía inverosímil).


El muy humilde siervo de vuestras reverencias

La función agota al órgano

Una vez, a la Mona Jiménez, cuando era joven, le pegaron un botellazo en la cabeza. Quedó inconsciente, y su rehabilitación le llevó semanas. Eso significó aprender a hablar, a comer, a caminar...
De repente, casi hombre, me veo dueño una serie de nuevos órganos, que, como todo órgano, yo no elegí tener, y a los cuales tendré que asignar alguna función, para que no se vuelvan un contrapeso.
Ahora se me ocurre estúpidamente que la vida es un plan como los que te diseña un empleaducho ignorante -de esos que escrituraron la década pasada-, y que te venden unos energúmenos por teléfono, y que vos aceptás comprar y pagar; pero, leyendo la letra chica del contrato que te envían semanas después de la adquisición, te das cuenta de que hay una serie de intereses y servicios extra que no te queda otra que pagar... hasta que puedas rescindir. Y no hay protección al consumidor que pueda con tan poderosa empresa multiplanetaria...
«Cuando un cliente compra una cosa, está comprando dos...» (Manolito, Mafalda 9)


El muy humilde siervo de vuestras reverencias

Fatiga atlántica



Atlas, veo tus brazos temblar...

Tenés los hombros irreconocibles por las escaldaduras de mi firmamento. Las venas de tu cuello laten como si por ellas corriera lava, y no sangre. Las gotas de tu sudor se funden con las lágrimas de tu agotamiento. Tus codos se sacuden con una cadencia de Vesubio. Tu faz de Ecce Homo mueve.

Alguna vez mi bóveda te iba a empezar a pesar, y ese momento es definitivamente éste. Es muy difícil acomodar los astros... más cuando muchos de ellos se mantuvieron inertes veintiséis años.

Que no falle tu muñeca.


El muy agotáu siervo de vuestras reverencias