miércoles, 24 de septiembre de 2008

Y todo por tener un Omega

Lugares comunes: «encuentro inesperado», «toparse inesperadamente», «mirada furtiva», «tragar saliva»... Un recurso no renovable que se esquilma como si lo fuera.
Con delay, un par de días después, me vino a la mente la mejor publicidad que recuerdo haber visto, hace como una década, en El show creativo de mi coterráneo Gujis -y que Youtube no ha tenido la generosidad de refrescarme esta vez-. Era de los relojes Seiko, sobre un hombre y una mujer, caminando en la multitud -ah, los que vivieron aunque sea un par de años con conciencia en los 80 me comprenderán-, en direcciones que los llevarían inexorablemente a chocarse, a mirarse, a conocerse, y a comenzar a considerar el resto del tiempo como un asunto de dos.
Y no, cuando convergieron en el punto fatídico... ni llegaron a rozarse, y siguieron de largo. Uno de los dos seguramente no usaría un Seiko, y por un segundo mal calibrado no fue lo que iba a ser.
¿Adónde quiero llegar? Como siempre, a ningún lado.
Para un rato de ocio, o de tribulaciones: «Cobardía» de Luis Durand y «El relojero» de Mamerto Menapace (¿Reminiscencias catolicosas? No, el cuento es muy lindo, pese a la analogía inverosímil).


El muy humilde siervo de vuestras reverencias

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