[N. del R.: El motivo de este posteo era el agradecer especialmente a los siete amigos nombrados abajo el regalo especialísimo de la costosa edición de Toda Mafalda... Cuando salió estaba 50 morlacos... el otro día la vi a $120 en una librería de Microcentro... ¡Santas billeteras!]
Justo son siete.
Ratón: Manolito, porque su aparente “brutez” nada más es un pañuelito que no puede ocultar todo lo buen tipo que es.
Dachi: Miguelito, porque tiene un mundo interior tan rico y genuinamente suyo que muchas veces temés entrar a él y contaminarlo.
Mandy: Susanita, me convencí desde que la vi venir a nuestra fiesta de egresados con su collar de perlas; parece diseñada para ser esposa y madre, pero esas poses que vi el sábado me hicieron mover el lápiz...
Rochu: Guille –te hice traspasar las barreras del sexo...–, porque es tan transparente, que con sus cinco sentidos te ofrece todo lo que tiene ahí adentro.
Marce: Felipe, porque por más que en los papeles es el que más tuvo que madurar, vos lo ves y es un nene.
Ujeña: Mafalda, porque es la intelectual del grupo, pero de una manera tan encantadora de presentar todos sus tesoros cerebrales, que siempre te hace quedar con ganas de más.
Pitu: Libertad; comentarios huelgan.
Siempre creí que la amistad puede ser eterna desde el primer momento; pero bueno, no pecaré de original afirmando que un amigo es un vino siempre añejo que sabe exquisitamente, aunque tengan distintas fechas en la etiqueta. Por eso de los taninos y qué sé yo.
Siete amistades eternas iniciadas en distintos puntos del tiempo me instan a rubricar con mi sangre la afirmación precedente, porque tocaron justo una de mis mayores debilidades, como es mi devoción, también eterna, por Mafalda.
Yo juro que aprendí a leer con Mafalda. Mi viejo asegura haber reunido todos los libritos antes de nacer yo , y que se los diezmé cuando empecé a desplazarme solo por la casa y aprendí a correr trabitas de puertas de muebles. Sea como fuere, cada vez que podía le abría la mesita de luz y me sentaba a leer los restos de las Mafaldas 5 a la 10, que ni tapas tenían, con las hojas todas despegadas y amarillentas. Yo tenía como 4 años y, obviamente, no entendía ni la mitad de las tiras –qué bronca cuando les dicen “chistes”... es como llamar “canciones” a las rapsodias mediterráneas de Serrat–. En especial, porque estaba convencido de que Susanita era Mafalda y viceversa (ya tenía problemas con el bootdisk en ese entonces).
Mi primer atisbo de independencia mafalderil fue a los 10 años, cuando fui a la Feria del Libro Infantil en el Predio Ferial de Exposiciones –menos mal que Alicia trabajaba en Sigmar y me conseguía pases gratis; aun hoy sigue estando en la caja del stand de Sigmar en cada edición de la Feria “senior”–, y me compré la Mafalda 3. Me acuerdo que fui con Ayelén y Gustavo, que hoy ignoro qué será de sus vidas. Ahí encontré a una Mafalda angulosa, con menos rasgos distintivos.
Gracias a mi vieja al poco tiempo llegó la 2 –de López-Vergottini, señalador azul–; después la 7, una víspera de Reyes; y la lista se engrosó al otro día cuando encontré la 1 y la 4 en los zapatitos. Una mañana el diarero me dejó la 5; otros Reyes me dejaron la 8 a cambio de un vaso con agua –agarrado el pibe–; en otra Feria del Libro Infantil me adquirí la 6 –me pareció mucho más “transgresora” que las otras, en el sentido argentino de la palabra–, y estaba en 2do año cuando Romina –otra extraviada en el éter– me prestó la 9, y con plata que me regaló mi hermana me la compré a los pocos días –también en López-Vergottini, con señalador rojo–.
En el ínterin llegó a casa la Inédita, se ve que prestada, pero ahora la estoy viendo reposando en mi biblioteca. Pobre el desconocido propietario original. Ya se le habrá amortizado diez mil veces.
¿Conclusiones de todo esta sesión de diván?
Una: Que hoy me siento autobiográfico, como Susanita, y organicé una línea del tiempo desordenada basada en las Mafaldas. Si la empezara hoy, sería estructurado: primero la 1, después la 2...
Dos: Que Mafalda jugó desde el primer momento un papel importante en mi metabolismo mental, así como el farmacéutico que vendía “Nervo-calm” lo hacía con el de la familia de Mafalda.
Tres: Que todos los adroguenses de pura cepa tenemos varias neuronas de nuestro tejido biográfico unidas por los libros de López-Vergottini. Desafío a cualquiera a que me traiga señaladores con forma de lapicito de más colores que los que yo tengo.
Cuatro: Que seres tan caros para mí como Pitu, Ratón, Rochu, Mandy, Rodri, Euge y Marcelito hayan contribuido a la suscripción para obsequiarme la TODA MAFALDA –nunca tuve un libro de López-Vergottini con señalador bordó, ¡también en eso se distinguieron!–, el volumen que me faltaba –ignoremos que compré ese tomo de la Biblioteca Clarín de la Historieta, con esos análisis pedorros–, implica que han completado un ciclo de mi vida que hora sólo se dedicará a dar fruto, bosquejados con acuarelas de tinta china –searching oximorons... 1 matches found!– color blanco y negro, meciéndome en una hamaca de loneta mientras le tiro cascotazos a un tambor, al son de los solos del famoso trompetista de color tomando pecsicola comprada en cta/cte con el Manolo’s Card, con los dientes relucientes de “Dentix” tras comer mi pechuga de pavita con champignons después de haber sorbido la “cosa nostra” para poder merecer los panqueques...
Es más fuerte que yo... ¿Vieron cuando se sienten celosos porque otro tiene a la persona que uno quiere? ¿Y que la sensación es peor cuando ves que encima están bien juntos? Bueno, así me pasa con Mafalda. Me consumo de furia porque ella lo quiera a Quino más que a mí. Aunque yo la conozco “casi” desde que nací, y él recién cuando ya era adulto...
Chicos, si el 9 nos dejamos llevar, como siempre, por la unidad semántica basada en rasgos “+/- Simpson”... ahora me tendrán que soportar con una etapa de nostalgiosidad mafáldica. Más vale que me banquen porque si no, un día de éstos... ¡doy el MARIANAZO!
El muy pleno de gratitud siervo de vuestras siete reverencias
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