Es el primer fin de semana largo que tengo en meses, y me dije: «Pibe, aprovechá, sos joven». Una tarde fresca, sensualmente húmeda, con el sol que ya se escapaba de mi jardín intramuros. Y salí a lustrar mis zapatos.
Empuñando virilmente mi calzado en una mano y en la otra una media que me costó años declararla como trapito para lustrar, comencé a frotar vigorosamente el zapato izquierdo, lubricando los movimientos con esa pomada especial que me encajaron en la zapatería. Como buen consumidor, sé que con el precio al que me la cobraron, no le queda otra que ser buena. La vendedora lo dijo.
El frescor estival mesaba mis cabellos mientras yo me dedicaba a estimular mis glándulas sudoríparas. Pero las terminé exacerbando cuando noté que en el zapato derecho había un... ¡chicle! Embarrado sobre el cuero como por sombrero del Profesor Jirafales. Casi se me cayó el pelo de la impresión. Así que fui a por alcohol y cómo pude olvidarte... apareciste tú.
Te acaricié con cada dedo, estabas más suave que nunca, y no te importó que tuviera las manos marrones de pomada. Ya sé dónde te gusta que te toquen, y de inmediato me ofreciste tu fino y radiante brazo. Y empezamos. Media, alcohol, tu uña afilada y delicada. Over and over. Hasta que, finalizada la labor, ni mi propia madre podría sospechar que alguna vez hubo desperdigados los restos de caucho con saliva de otra persona sobre la capellada.
Me ayudaste vos, como siempre, como cuando arreglamos el cablecito quemado del velador, como cada vez que me impiden disfrutar del placer de desatar orientalmente la soguita de la pizza, como cada vez que necesito cortarme las uñas estando de viaje.
Te busqué en Adrogué, pero estabas en Burzaco, entre carpas y reeles. Te vi y fue amor.
Eso, amor. Porque sufro cada vez que te abandono porque no dejan que estés conmigo en el bolso de mano en el avión.
Te amo a vos porque sos fiel, porque te gusta hacer cosas de nerdy doméstico, porque tenés ese encanto suizo que me subyuga: eficiencia teutona, seducción gala, utilitarismo itálico.
Te amo, ricurita linda, mi helvética coloradita adorada, Vicki Victorinox.